Cortina color nublado: Una perspectiva de la Depresión

 

Por: Bianca Puntareli Vicencio

Terapeuta Ocupacional 
Magíster en Salud Pública
Académica Universidad Andrés Bello
Especialista en salud mental juvenil

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 Suena la alarma a las 6:00 AM, alcanzas el celular, pospones la alarma diez veces antes de por fin levantarte de la cama. Revisas el celular, los likes, si alguien opina algo de ti o comentó la publicación que hiciste el día anterior. La expectativa se centra en cuánto les gusta a las personas quién eres o cuánto logras responder los estándares del resto. Te preocupa cómo el mundo reacciona a tu ser y hacer, y así vives…Preocupado fervientemente por los estándares y los estereotipos que determina la otredad.

Muchas veces la ansiedad y la depresión se aferran a nosotros, tragamos unas píldoras con un escalofrío, mientras sentimos su sabor amargo recorrer nuestra garganta. Nos sentamos en la esquina de la cama, tratando de darnos un poco de motivación y convencernos de que todo estará bien antes de irse a trabajar.

Se espera ser la persona más feliz del mundo con una deslumbrante sonrisa mientras funcionas prácticamente en piloto automático. De repente, cae la noche, es hora de ir a casa y lloramos hasta quedarnos dormidos, agobiados, deseando no despertar la mañana siguiente.

Nos levantamos para poner las piezas juntas, solo para quebrantarnos de nuevo al anochecer. La rutina a la que creías que te ibas a adaptar, no resulta, porque la depresión duele cada momento.

Tener depresión me recuerda a la película del joker, «Todo el mundo espera a que actúes como si no la tuvieras», y así es, de verdad intentas trabajar y concentrarte en tus metas, pero cuando lo haces se van las fuerzas, duele la cabeza y empiezas a divagar sobre cómo sería desaparecer.

Estuviste tomando sertralina y flores de Bach, te dicen que la depresión es una enfermedad de la mente, te dicen que tal vez son los neurotransmisores o las hormonas, pero al final del día cualquier discurso o cátedra no sirve.

A veces sin ganas de nada y con una tristeza continua, nada te anima, nada merece la pena, muchas veces ni la propia vida; que por cierto resulta ser muy dura para los que te rodean, porque no entienden la situación, aunque lo intenten y usan frases famosas como “porque no pones de tu parte para recuperarte” o “¡Vamos, cambia la actitud!”; pero cuando ven que lo intentas sin resultado o un terapeuta habla con ellos y les explica cómo te sientes, cambian de parecer o eso manifiestan generalmente.

Los días pasan y ves que cada vez te hundes más en ese estado terrible de ánimo, pero como todo momento llega, es tiempo de pedir ayuda profesional, porque de lo contrario jamás saldrás de ello tú solo/a, aunque lo intentes y alguien por ahí te diga que lo ha conseguido con algún método alternativo, no se puede y no se debe, porque de lo contrario la recuperación será ficticia y volverás a caer más pronto que tarde.

Todos tenemos diferentes «caras» y para los que padecen depresión, generalmente una cara alegre es la que se usa fuera del «refugio». Tal vez es porque al estar con gente y tener que hacer algo, se alejan los recuerdos tristes, de una vida sin mucha ilusión.

No se vuelve a ser la misma persona, pero se sale, muy despacio con apoyo humano y medicación dependiendo de la gravedad del estado. Quizás no sea rápido el proceso, pero se puede salir del pozo y determinar pautas que evitaran que se vuelva a caer en ello, de tal forma que en el momento que notes recaída las aplicarás.

Busca ayuda porque nuestra salud mental no puede ser tratada como algo pasajero. Es nuestro punto de inflexión vital, que con cada crisis es capaz de llevarnos peligrosamente a los límites. Habla con los tuyos, familia y amigos de confianza. Eso puede ayudar.

En el momento en que vengan pensamientos negativos, de muerte, pánico o miedo, ponte a hacer cosas, haz actividades que te gusten o no. Si no tienes un pasatiempo sal a correr, haz ejercicio físico, evita el café y las bebidas gaseosas, para así generar y estimular los químicos cerebrales que no producimos cuando estamos tristes; reúnete con amigos optimistas y lee, baila, canta, escucha y ve comedias y películas alegres. Explora y prueba cosas nuevas que quizás en algún momento de tu vida anotaste en una libreta como “metas futuras”, y pensaste retomar algún día cuando la energía y la motivación te acompañaran.

Por último, quizás pueda ser útil analizar el tema de la expectativa, ¿Por qué y para que hago las cosas, ¿Qué me hace destinar gran parte de mi día a las redes virtuales? ¿Quiero lograr la mejor foto?, ¿Quiero que me vean feliz?, ¿Exitoso tal vez?; ¿Que me vean autónomo? ¿Quizás ganar likes? En fin, así es la sociedad de la excesiva transparencia según Chul Han. Donde se rechaza cualquier tipo de alteridad,  se totaliza la comunicación de lo igual, despojando cualquier contenido cultural que permita reconocer la diferencia.

Esa exagerada positividad y transparencia de nuestra vida casi como mercancía, sumada a los logaritmos de las redes sociales, la existencia de los filtros, los “haters”, el autoengaño y la lucha eterna por los sueños hegemónicos construidos por el marketing; le resta importancia al que no es igual a mí, por ende, ya no necesito relacionarme presencialmente con sentimientos o pensamientos ajenos.

Quizás llegó el momento de analizar tu rutina y el vínculo con la verdadera libertad, y no precisamente aquella ligada a nuestra línea de crédito. Plantearnos retos quizás nos permitirá encontrar un propósito alejado del consumo y mayormente centrado en la cultura y en la alteridad.

La depresión es una cortina frente a nuestros ojos que hace que veamos todo nublado y sin color… Hay que tomar la decisión de quitar frente de nosotros esa cortina, pero el desafío es grande; Necesitamos tanto escucharnos y valorarnos, tanto saber acerca de esas características positivas de nosotros mismos y reforzarlas, reír y jugar para reconectarnos; porque la salud mental necesita atención, necesita acompañamiento, necesita escucha, empatía, validación, inversión de energía y creatividad.

Deberíamos hablar más de convivencia y familia, de convivencia y sociedad, de relaciones interpersonales en ambientes interceptados por el mal uso del poder.  Despatologizar el sentirnos mal y desacostumbrar la externalización de la responsabilidad exclusivamente a lo clínico. Abordémoslo en colectivo incorporando nuevos enfoques, pero en los espacios cotidianos, donde se generan realmente las situaciones que cuestionan nuestra existencia.

De forma contraproducente hablamos de la salud mental como un fenómeno aislado de la máquina de rendimiento y consumo en la que estamos inmersos, mientras seguimos funcionando, presionándonos y compitiendo por hacer todo aquello que se nos propone y se nos impone; mientras tanto seguimos ahogando cualquier malestar social con fármacos para seguir siendo “productivos”, porque el deber implica cumplir con la expectativa, aunque pierda la vida en el intento.

«No admito la diferencia, ni tolero nada que exceda mi individualismo, hoy solo lo mío vale, solo yo tengo la razón, o sea todo lo puedo», y ese es el gran problema del siglo XXI, nos olvidamos de construir comunidad terrenal, de contemplar y de aburrirnos incluso; y así accedimos sin querer al panóptico digital, que ya no necesita paredes ni cadenas para encerrar. ¿Por qué? Porque el encierro lo producimos nosotros mismos.

Bien dijo Montesquieu que, si solo quisiéramos ser felices, sería fácil; pero queremos ser más felices que otras personas, y eso casi siempre es difícil, ya que los imaginamos más felices de lo que son en verdad.

No se puede hablar de una salud mental estable, cuando nos impregna una esclavitud moderna auto gestionada, donde ni siquiera podemos decidir con sentido lo que queremos hacer y desarrollarlo en nuestro espacio de realidad; uno donde la contención societal es escasa y donde finalmente no contamos con lo más preciado…El tiempo.