Wetripantu como reflejo de calendarios bioculturales

Por: Ricardo Álvarez Abel, Escuela de Arqueología Universidad Austral (UACh) de Chile Sede Puerto Montt

Wetripantu es el año nuevo para el pueblo Mapuche. Cada año marca el solsticio de invierno, el término de un año que renace nuevamente. Por cierto, el año nuevo occidental -que celebramos como sociedad chilena en diciembre- paradójicamente tiene su origen en el solsticio de invierno del hemisferio norte, que estaba asociado también al renacer de la tierra. En su lugar, la celebración de San Juan recrea prácticas familiares y comunitarias que marcan ritualmente este cambio de ciclo.

Un aspecto importante es que este hito revela el entendimiento que tenemos sobre nuestro entorno y sus ritmos. Nuestros calendarios muchas veces están sincronizados con los de otras especies y elementos de la naturaleza. Por ejemplo, el ciclo anual de trabajo de los pescadores demersales está sincronizado con el desplazamiento de cardúmenes de peces en el mar, que se acercan a tierra persiguiendo a las sardinas durante su período de reproducción. Los pescadores comprenden las señales de las aves marinas que anuncian, con sus gritos y vuelos, la posición de los peces, facilitándoles la captura. Este conocimiento y práctica se ha heredado durante generaciones, y forma parte de la memoria biocultural pesquero artesanal y del calendario biocultural de este grupo humano. A mayor escala, este mismo conocimiento les permite interpretar cambios en la temperatura del mar, vientos, lluvias, y en el comportamiento de los organismos marinos, para advertir que se aproxima un período del Niño o la Niña. Esto les permite tomar decisiones sobre cómo organizar su ciclo anual de trabajo, y tomar resguardos preventivos.

Pero no siempre sucede esto: los fenómenos de homogenización cultural, y la pérdida de vínculos con nuestros ecosistemas (ensimismados en una ontología naturalista que separa dicotómicamente a la cultura de la naturaleza) nos han hecho perder la capacidad de entendimiento hacia los ciclos naturales, ensimismándonos en calendarios que se basan -por ejemplo- en hitos comerciales. La gravedad de ello radica en que la memoria biocultural acumulada nos ha servido, durante siglos y milenios, para adaptarnos a cambios que pueden tener un efecto negativo en nuestras vidas. Es por esta razón que nuestros calendarios bioculturales, esto es, nuestras sincronizaciones con el entorno y otras vidas nos permiten constatar que aun tenemos una conexión con el mundo. Los ritos, como el Wetripantu, son un acto de celebración por estas sincronizaciones que contribuyen a nuestro bienestar.