¿Sabia Ud. que en Rancagua tenemos el Parlamento de un país extranjero? ¿o que en Coquimbo esta la capital de un país insular? Siendo sincero, en realidad, no son países, son micronaciones.

Conforme al derecho internacional, y concretamente la Declaración de Montevideo de 1930, un Estado para ser tal solo necesita reunir cuatro cosas: territorio, población permanente, gobierno, y capacidad de tener relaciones diplomáticas. Y al reunir eso, mágicamente uno tiene un país. O al menos eso argumentan quienes manejan y gobiernan estas miniaturas de países.

Las micronaciones son un fenómeno bastante conocido en otras latitudes. Ejemplos abundan, de gente común y corriente, que de la nada ha proclamado la independencia de lugares muchas veces en medio de la nada.

A 12 km de la costa de Inglaterra se encuentra el llamado “Principado de Sealand”. Es una base militar abandonada que se declaró nación soberana en 1966, para instalar una radio pirata.

Famosa gracias a Netflix es la historia de Giorgio Rosa, un anarquista italiano que construyó y declaró independiente una plataforma en el Adriático, en 1966. Tristemente, a sus vecinos italianos no les gustó la idea, especialmente porque no pagaban impuestos, así que la dinamitaron.

Un ejemplo más terrenal es Liberland, un pantano de 7 km² entre Serbia y Croacia que fue declarado como independiente en 2016 por un grupo de libertarios que querían crear un país sin impuestos. Inclusive lograron el reconocimiento oficial de Somalilandia, un pequeño país de África.

No es necesario que una micronación reclame plataformas marinas o territorios en disputa. Puede tener cualquier “territorio”: un poco de tierra, una casa, una habitación. O ni siquiera eso: existir solo en el papel.  Quienes juegan la diplomacia de las también llamadas naciones virtuales son personas interesadas en la historia, la política, el derecho, la heráldica o personas que simplemente quieren ejercitar la creatividad. Sin tener reales pretensiones separatistas, se valen de sus micronaciones para un proyecto político, artístico o cultural.

Ahora bien, estrictamente hablando, y salvo raras excepciones, ninguna micronación es tomada en serio por los Estados de verdad. Uno no puede comprar un terreno y decir que ya no es parte de Chile.

Sus líderes tienen dobles vidas. En sus organizaciones pueden ser presidentes, ministros, diputados, y embajadores; aunque en su vida diaria estudian o trabajan como cualquier otro.

Chile también conoce este fenómeno. El 26 de junio de 2020 los representantes de la Confederación Austral de Angosviria, la República Pelotuciana, y la República de Rino Island firmaron el Tratado de la Comunidad de Micronaciones en Chile, es una organización internacional que reúne a todas las micronaciones que residen o reclaman territorio dentro de Chile.

Así las micronaciones de nuestro país decidieron formar la Comunidad de Micronaciones de Chile, una especie de OEA en miniatura. El objetivo es fomentar la cooperación y amistad entre los miembros, y apoyar eventuales proyectos multilaterales, en miras a la integración política, cultural y social de las micronaciones chilenas.

En esta oportunidad quisimos adentrarnos en el mundo de las micronaciones chilenas, conocer exactamente que son, porque fueron creadas, y si acaso tenemos que temer por alguna división de nuestro país.

RINO ISLAND: EL PAÍS DE LAS ISLAS FANTASMAS

En diciembre de 2009 don Rino un almacenero de origen italiano y sus amigos proclamaron la independencia de Rino Island: la república de las islas fantasmas del Océano Pacífico. Un enigmático territorio, en su mayoría islotes descubiertos por piratas, que las cartas náuticas conservan solo por precaución.

Anastasio López, canciller de la micronación, y un licenciado en Historia y Geografía en su vida diaria, comenta que decidieron declarar la fundación como protesta la poca democracia que existía en Chile en esos años. Entonces, decidieron que su club de domino y tertulia pasaría a reclamar esas misteriosas islas perdidas de la mano de Dios.

Hoy en día es la micronación con mayor membresía de Chile, con más de 110 inscritos, que se pueden registrar completando un formulario. Su capital de facto se encuentra en Coquimbo, donde vive su presidente.

Al preguntarles si pretenden o no separar esas islas de Chile, fueron bastante directos: “Chile no reclama esas islas, ni siquiera están seguro de si existen, eso lo tenemos claro. No podemos separar de Chile algo que el país no tiene”.

LA CONFEDERACIÓN DE ANGOSVIRIA: UN PROYECTO AMBIENTAL Y SOCIAL 

En Frutillar, un joven llamado Gustavo Essedin Game, descendiente de colonos alemanes, declaró la fundación de Angosviria, un Estado sin fronteras con una ideología ambientalista, de reivindicación de los derechos LGBTIQ+, y por un Chile multirracial y multicultural.

Más allá de una reivindicación territorial, Essedin ha fundado un “Metaestado”, unas partículas concepción política que plantea que las personas, como individuos, pueden llegar a constituirse como un Estado por sus acciones del día a día, independientemente del lugar donde se ubican.

Más allá de esta curiosa concepción de lo que es un país, la Confederación Austral de Angosviria ha logrado una importante membresía, superando los 90 inscritos, principalmente de Chile, África y Asia.

LA REPÚBLICA PELOTUCIANA: DESDE RANCAGUA AL MUNDO 

El 24 de mayo de 2017 un grupo de amigos del colegio fundaron la República Pelotuciana. Se ubican principalmente en la ciudad de Rancagua, aunque también tiene miembros en otras ciudades del país y del mundo entero.

La gran mayoría de los miembros son chilenos, aunque también hay un puñado de españoles y un par de colombianos. Su origen, más en broma que en serio, tomó impulso más que nada a la iniciativa de ese grupo de amigos del liceo, y desde ahí fue creciendo tanto en membresía y complejidad.

Samuel Inzunza, estudiante de sociología y uno de los fundadores de la asociación, dirige un simpático símil del circo chamorro. Es el canciller de la micronación, pero ha sido presidente, diputado y vocal de mesa en las elecciones.

Hoy superan los 40 miembros, principalmente chilenos, aunque también incluye un puñado de españoles, y colombianos. Mucho de su éxito se debe a que buena parte de su actividad es precisamente un complejo juego de rol político, lo que los convierte en un verdadero bonsái de Chile.

Agradecimientos: Gustavo Essedin, Samuel Inzunza, Anastasio López y los demás miembros de las micronaciones que ayudaron en mi investigación para realizar en esta nota.