Por: Pedro Díaz Polanco, Docente de Análisis Político Internacional, Instituto de Gestión e Industria, Universidad Austral de Chile Sede Puerto Montt

El atentado que se llevó a cabo el pasado viernes en la sala de Concierto de Crocus en las afueras de Moscú -y que ha significado (hasta hoy) la muerte de 133 personas- ha generado una serie de especulaciones y acusaciones en torno a su motivación, autoría y los potenciales apoyos que los terroristas recibieron no sólo para perpetrar estos ataques, sino también para escapar de las fuerzas de seguridad rusa y su Servicio Secreto.

Ante esto, y desde Moscú, se ha planteado que Ucrania intentó facilitar el escape de los terroristas, esbozándose una suerte de complicidad por parte del gobierno de Zelensky.

Estas declaraciones, y que parecen no tener una fundamentación realista, ya que la frontera entre Rusia y Ucrania se encuentra altamente militarizada, se siguen presentado a la comunidad local e internacional, obviándose las responsabilidades de carácter preventiva que recaen sobre las distintas agencias de seguridad rusas, quienes habrían recibido información por parte de Washington respecto a la inminencia de un ataque terrorista de carácter islamista radical sobre territorio ruso. A su vez, es posible presentar como un elemento probatorio de lo falaz de las acusaciones rusas en contra de Ucrania, a las declaraciones provenientes del gobierno de Bielorrusia, quien es un aliado de Moscú, y quien derribó la hipótesis planteada por Putin cuando señaló que ellos habrían evitado que los terroristas huyeran por su propio territorio.

En ese contexto, y en función de las irresponsables declaraciones de Putin, así como la de algunas autoridades del gobierno ruso, es posible apreciar un intento no sólo por desviar la atención de aquellas potenciales motivaciones que tuvieron los terroristas y que -al parecer- están asociadas a los apoyos que Moscú ofrece a los gobiernos del espacio postsoviético en aras de luchar contra los islamistas radicales que están en sus respectivos territorios, sino también como una forma de legitimar futuras acciones militares de mayor alcance en contra de Ucrania y así potenciar el mensaje que desea enviar a occidente y que se suele resumir en la no intervención en sus “asuntos” y en su “zona de influencia”.