Reflexión ética de la inteligencia artificial

La inteligencia artificial ha instalado fuertemente el debate sobre los límites de la tecnología, siendo parte de la llamada revolución 4.0, la era tecnológica donde se avanza vertiginosamente hacia la autonomía de las máquinas, para lo cual resulta fundamental realizar un análisis exhaustivo acerca de cuáles son las formas de insertar o aproximar principios éticos en este transitar.

Para este análisis vale recordar a Adela Cortina (2019) en su artículo “Ética de la Inteligencia Artificial”, donde señala el imperativo kantiano que “la intervención del puñal precedió a la conciencia del imperativo categórico (no matarás)”, en lo cual se infiere que los avances técnicos muchas veces se anticipan a las orientaciones morales, levantando la posibilidad de haber necesidad donde no la hay.  En esta misma línea y parafraseando a José Saramago, quien planteaba el hecho de que la tecnología ha avanzado vertiginosamente, pero seguimos siendo básicos en la manera en cómo nos tratamos los unos a los otros.

Para comenzar será posible colocar en perspectiva el caso analizado en éste artículo sobre Michihito Matzuda, el robot que en el año 2018 se presentó como candidato para el cargo de Alcalde en una ciudad del distrito de Tokio, Japón, en su aventura llegó a quedar tercero.  Lo interesante era que sus propuestas de campaña calaron hondo en los habitantes, dentro de sus consignas estaba la de terminar con la corrupción, ofreciendo oportunidades para sus habitantes, donde la justicia iba a estar por delante.   Sin duda, esta apuesta fue disruptiva y alcanzó una alta notoriedad a nivel mundial, debido a sus retadoras propuestas, dentro de su programa estaba cambiar las debilidades provocadas por las emociones de los seres humanos, que provocan en muchos casos las consecuencias decisionales, la raíz de los conflictos, la corrupción, el nepotismo, entre otros flagelos, arraigados a una forma de hacer política que lamentablemente han estado presente en el mundo.

El análisis que llama a la reflexión es colocarse en el supuesto de que este robot haya ganado las elecciones, sería válido hacerse algunas preguntas como: ¿qué habría pasado en esa ciudad?, ¿quién iba a gobernar, el robot o quienes lo manejaban?, ¿cuál será la velocidad para crear la condicionante de que la inteligencia artificial reemplace a los seres humanos?, y si quienes lo manejaban reclamaban su invención… ¿quién realmente iba a gobernar?  Tal vez los que estaban detrás de esta candidatura solamente ocuparían a Michihito para que sirva como soporte o complemento para la toma de decisiones.  Todas estas conjeturas puede que salgan de manera espontánea o simplemente porque no estamos preparados para lo que nos gobiernen los robots con inteligencia artificial, en teoría, el dilema está en la verdadera autonomía de los robots, en la cual ya existe tecnología para llegar a aquello, por eso debemos apurarnos en establecer elementos que nos ayuden enfrentar estos dilemas, donde los valores y principios éticos deben reconfigurarse para avanzar hacia la forma de enfrentar la convivencia entre seres humanos y robots.

Ahora si se habla de una ética en la inteligencia artificial, quién debe plantearla, debe ser normada por los humanos, o desde un algoritmo que proponga su propia ética basada en la filosofía clásica, o surge una nueva rama de la ética que debería ya estar discutiéndose, como se hizo en su momento con la cibernética de primer y segundo orden.    Esto podría asociarse a los planteamientos de Isaac Asimov, quien en el año 1942 hablaba del “círculo vicioso”, donde instaba a discutir sobre las leyes que los robots debían cumplir para vivir con los humanoides (Cortina, 2019), ciertamente un adelantado de su época, pero que hoy en día cobra relevancia, puesto que se encuentra plenamente vigente el hecho de que el avance tecnológico deba considerar valores éticos a los sistemas autónomos que puedan distinguir en sus decisiones un elemento tan central que ha sido expuesto en la convivencia entre los seres humanos, el bien común, o el hecho de tomar conciencia ética de sus acciones, este desafío resulta interesante para la discusión, en este sentido cobra relevancia por la transición hacia una tecnología cada vez automatizada, donde está claro que su contribución al empoderamiento de las personas es indudable, pero ello debe necesariamente instalar formas de actuar con valores éticos, en este caso en la inteligencia artificial.

Si se trata de hablar de inteligencia, la RAE la define como “entendimiento, intelecto, talento, raciocinio, mente, conocimiento, ingenio, pensamiento, razón, perspicacia”, en este sentido, dicho entendimiento debe ser conducido a establecer metas, por lo tanto, conlleva consecuencias de las acciones que se emprenden, donde resulta primordial utilizar diferentes instrumentos o herramientas para alcanzar sus propósitos, saber ¿con qué? responder, ¿cuándo utilizar?  Por su parte, la palabra artificial etimológicamente viene del latín artificialis, formada por artis, que significa obra o trabajo hecho con creatividad y Facere que significa hacer, en la RAE se define como “hecho por mano del hombre”, entonces la inteligencia artificial estaría asociada a lo realizado por el hombre con creatividad para alcanzar metas, pero más que ir a la raíz original de la palabra, se analizará el origen de aquello para darle sentido a su relación con la ética de la inteligencia artificial.

El concepto de inteligencia artificial es introducido por John McCarthy en el año 1955, y fue pronunciado por primera vez en un congreso en Los Ángeles, evento relacionado con máquinas que aprenden (Cortina, 2019), en este caso se asocia a la idea de máquinas que asimilan su conocimiento desde su interacción con los seres humanos, a partir de ello, es que se estudian las relaciones entre el hombre y las máquinas.

Ciertamente está latente el miedo de que las máquinas se conviertan en “superinteligencias” que puedan reemplazar al ser humano, por lo que se abre un gran debate que debiera ser abordado con la misma velocidad que avanza la tecnología de la IA, su complejidad exige que el enfoque sea multidisciplinario, debido a que desde las ciencias humanas, sociales, médicas económicas,  entre otras se verán trastocadas por el surgimiento de una nueva epistemología tecnológica que está modificando la realidad física, digital y ahora extendida para que nos demos cuenta de que, aquello requiere de un exámen permanente de convivencia entre  donde las reglas del juego deben tener parámetros éticos que no pierdan la humanidad.

Guido Asencio Gallardo

Académico