Por: Ps. Jaime Fontbona T., Académico de la Universidad Austral de Chile Sede Puerto Montt

En los últimos días se ha generado una polémica por la decisión de comité organizador del Festival de Viña de traer un artista de música urbana vinculado a carteles de droga. Primero dio la alerta el concejal René Lues, y luego el sociólogo Alberto Mayol, con una crítica al contenido de canciones de apología a la cultura narco, con canciones como “El belicón” y “El azul” que el mismo artista habría explicado que fueron encargadas por narcos. En respuesta a esta alerta, curiosamente, el comité organizador señaló que “no incurriría en ningún tipo de censura o discriminación”.

Frente a esto me permito traer algunos puntos para reflexionar. A mi parecer cuando Mayol alude a una apología del narco, sugiere la existencia de una estrategia política llamada soft power por la cual los países (y en este caso, transnacionales como los carteles de droga) tienen la capacidad de promover en los otros sus valores y agendas políticas a través de la propaganda y la seducción, sin tener que echar mano a la coerción (que se denominaría hard power). Desde el cine de guerra, pasando por historias de superhéroes hasta series románticas, el soft power nos ha “vendido” durante años por qué algunos países tendrían ejércitos siempre tan heroicos, por qué la mayoría de los superhéroes comparten los valores de libertad y democracia, o por qué las mejores ciudades para enamorarse están en Europa y EEUU. No debiese extrañar, por tanto, que el narco también busque utilizar esta misma estrategia. Sea reclutando a actores para biografías apologéticas de sus líderes, o tras el auge de nuevos géneros musicales, se romantice una vida de resistencia delictual a las autoridades policiales. O donde las jóvenes se deban conformar a ser de su propiedad, no por amor o elección propia, sino como inevitable final cuando el narco pasa a “conquistar a tu familia” como explica Peso Pluma en “Ella baila sola”.

Así, Lues y Mayol enfatizan su preocupación que la elección de este artista ponga a disposición de estos intereses, recursos fiscales (como son TVN, Municipalidad de Viña del Mar). ¿Frente a ese argumento, tiene algún sentido que los organizadores nos hablen de principios basados en las libertades individuales como el evitar “censura” o “discriminación”? Recordemos que no estamos hablando de un cantautor de la competencia folklórica que no tiene cámara, ni sello, sino uno de los cantantes urbanos más escuchados en este último año (sea por mérito propio o promovido por aportes desconocidos). O como si alguien dudase que los invitados se deciden exclusivamente por rating y razones comerciales, y no para evitar la discriminación… O me va a decir UD. que a Miguel Bosé se le dejó de invitar alguna de las 10 veces que ha venido, para evitar una discriminación contra Chayanne, que solo había venido 7 veces. ¿Cuál riesgo de discriminación o censura real podrían argumentar los organizadores entonces?

¿En cambio, no muestran una insoportable levedad los medios parte de la organización, cuando en noticieros nos dicen que la delincuencia que no da para más, pero que está correcto mantener a sus apologistas por ser actos artísticos que “el público lo pide”? ¿No hay una preocupante ambivalencia al creer que solo con más policías y cárceles se detendrá la delincuencia, mientras permitimos la romantización de la vida delictual y les montamos un evento a sus principales actores? ¿Y no es una profunda falta de empatía con las familias que han perdido algún hijo o hija con pandillas o en la droga, cuando en este festival, les prometamos que la parrilla musical a ellos les va a “conquistar”? Tal vez ya sea tiempo que empecemos a pensar en la seguridad, más allá del mantra de más policías y más sentencias, y demos un mensaje como sociedad que ese tipo de violencia no es algo que queramos, y menos en eventos de entretenimiento o cultura.