Por Liliana Cortés, directora social nacional del Hogar de Cristo.

Históricamente, a las personas en situación de calle la opinión pública las ve con profusión en invierno en los medios de comunicación. Cuando el frío, la lluvia, la humedad y hasta la nieve, los convierten en víctimas fatales con cierta frecuencia. Son muertes por hipotermia, por enfermedades respiratorias no tratadas, por la edad y el deterioro físico propio de la vida en calle, sumados.

Desde hace una década, el fenómeno de las altas temperaturas, fruto del calentamiento global y de la urbanización, los han hecho saltar a la palestra noticiosa también en la etapa estival.

¿Cómo se hidratan, refrescan, guarecen, duchan, asean, duermen al alero de edificios de cemento recalentados, rucos hechos con latas que se caldean, autopistas y asfaltos hirvientes por el calor solar?

Estudios internacionales relevan el impacto de las olas de calor sobre la salud de las personas, en especial sobre quienes sufren patologías crónicas. “Signos asociados a daño neurológico y falla multisistémica son las consecuencias de un golpe de calor”, describe el International Journal of Environmental Research and Public Health, en un escrito de 2022. El texto da cuenta de la confusión, mareos, dolores de cabeza, delirio y letargo, que son los síntomas que se presentan de manera repentina y progresiva, en quienes se exponen sin protección a las altas temperaturas.

Cifras de un condado de Estados Unidos indican que las muertes asociadas al calor aumentaron un 5% en 2021 respecto a 2020 y ¡70%! comparadas con 2019. Y la edad de las víctimas se centraba mayoritariamente entre 50 y 64 años. Un adulto mientras mayor es, menos capacidad tiene de adaptarse a las altas temperaturas, señalan los expertos. En Chile, de acuerdo a datos del Observatorio del Envejecimiento de la Universidad Católica, el 43% de las personas en situación de calle en Chile es mayor de 50 años.

Es decir, como suele pasar en todo orden de temas con quienes viven sin un techo, ellos son los más vulnerables entre los vulnerables. Los más expuestos a la posibilidad de morir cuando el calor arrecia.

¿De qué manera podemos ayudarlos?

Medidas como favorecer y facilitar el acceso al agua fresca y a puntos de hidratación son claves. En ese sentido, aplaudimos el plan Oasis, que se implementó en el eje Alameda, en Santiago, y que debería replicarse en todas las grandes ciudades. También el que iglesias y templos ofrezcan el frescor de sus interiores para que las personas se guarezcan en las horas de máxima temperatura diaria.

Tal como en invierno, las Rutas Calle del Hogar de Cristo y de otras organizaciones distribuyen comidas y bebidas calientes, así como ropa de abrigo, ahora nos enfocamos en llevar agua, alimentos ligeros y fríos, y kits de higiene y limpieza, además de gorros, lentes de sol con filtro UV y protector solar.

Otra medida de utilidad es favorecer un adecuado manejo de los residuos y de la basura en zonas donde habitualmente hay rucos. El calor acelera la descomposición y aumenta eliminación de gases y malos olores, junto con la proliferación de moscas e insectos desagradables; la autoridad sanitaria de las comunas debería enfatizar en este aspecto.

Circular con los ojos bien abiertos por la ciudad candente puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de alguien en abandono y vulnerabilidad, en especial cuando es adulto mayor. En ese caso, si vemos a alguien en mal estado de salud, se debe solicitar asistencia médica de emergencia inmediata (131 SAMU). Y recordar que los signos de golpe de calor o calor extremo pueden incluir vómitos, confusión, desorientación, piel seca y caliente, pérdida del conocimiento.

Tal como hacemos cuando llueve y truena, debemos empezar a ver el dolor disfrazado de pantalones cortos y sombreros coloridos, que proliferan en los sectores donde viven aquellos que experimentan la pobreza más cruda y dura: la situación de vida en calle.