#elcalbucano

Por Alejandra Garcés. Académica de la Carrera de Terapia Ocupacional UDLA Sede Viña del Mar.

Se aproxima un nuevo “súper marzo”, llamado popularmente así por el estrés que conlleva retomar rutinas con alta carga de responsabilidades, roles y gastos.

Sin duda, la pandemia le ha agregado a estas fechas una cuota feroz de incertidumbre que nos ha hecho experimentar ansiedad, una suerte de caos constante al cual debemos una y otra vez poner paños fríos. Hoy, cuando muchos construyeron nuevas formas de organizar sus actividades cotidianas incorporando la virtualidad, nos vemos ante la inminente posibilidad de volver a la presencialidad. Una vez más nos vemos expuestos al cambio ¿Cómo hacerlo? ¿Es acaso la solución una rutina “funcional”, donde se privilegie cumplir con las exigencias del rol laboral por sobre otros?

No existe una clave, pero si nos afanamos en construir una rutina estructurada y funcional, sin consciencia de “para quién es funcional”, además del impacto del contexto sanitario y la salud mental, podríamos caer en ser nuestros propios verdugos, imponiéndonos exigencias a costa de nuestro bienestar. Nos arriesgaríamos a construir una rutina autoexplotadora, en sintonía con una sociedad exitista, que promueve el individualismo y la ilusión de la autosuficiencia.

Si interpretamos una rutina funcional como cumplir exclusivamente las demandas de un sinfín de roles, siendo productiva, con la lista de pendientes al día, haciendo, haciendo y haciendo aún más, deja de ser una herramienta y pasa a ser una imposición que nos somete y esclaviza. El tiempo de descanso, de tener una conversación con nuestros seres amados y conectarnos con nosotros mismos, también debería convertirse en parte esencial de nuestra rutina “funcional”, como una forma posible y necesaria de organizar mi vida y efectivamente vivirla. No un privilegio, sino que un derecho.

Si no nos detenemos a cuestionar los cambios, a validar nuestras emociones en torno al impacto de la incertidumbre, nos dejamos de tratar a nosotros mismos humanamente, para finalmente cosificarnos. Es necesario hacer un alto y decantar los cambios: es válido sentir temor. Cuestionemos la forma en que organizamos las actividades, construyamos comunidad, identifiquemos nuestras redes de apoyo, deconstruyamos los modos de vida que nos violentan. Demos paso a la empatía, la contención y colaboración en tiempos de crisis y en tiempos de paz.