Pedro Díaz Polanco

Director de la Escuela de Administración Pública

Universidad Austral de Chile

El levantamiento social que se observa en nuestro país no nació al alero de algún partido o bajo el llamado de algún líder. Nació a partir del cansancio generalizado de una sociedad que se ha sentido postergada y humillada. Lo anterior, en virtud de numerosos y sistemáticos abusos que han sido legitimados por el mercado y validados por una clase política que traicionó el mandato de representación que le entregó el pueblo.

Así entonces, la canalización de este descontento, y que ya se evidenciara notablemente el 2016 con la baja participación electoral, hoy ha alcanzado una nueva dimensión, la que se ha refrendado bajo el lema “Chile Despertó”.

En esta nueva dinámica, las personas -y sin importar si se es nacional o extranjero, hombre o mujer, joven o viejo, trabajador, cesante o estudiante- decidieron explicitar su molestia, saliendo a la calle a fin de exigirle al gobierno y a toda la “clase política” cambios profundos respecto a lo que es la estructura normativa y social del país.

Sin embargo, la respuesta que entregó la “clase política” no ha hecho más que potenciar la molestia, fortaleciendo -en consecuencia- la reivindicación colectiva. Esto es así, ya que, en un primer momento, tanto los partidos políticos, como los parlamentarios, así como el mismo gobierno, se presentaron como entidades que no habían estado a la altura de lo que la ciudadanía esperaba, al no haber logrado “identificar” lo importante y necesario de reivindicaciones que existen por años en nuestra sociedad. Esta absurda e impresentable justificación no hizo más que evidenciar lo desconectado que está la clase política de lo que es la realidad social. No obstante, y no conforme con este primer error, la clase política -y en una dinámica que he podido reconocer en todos los sectores- ha intentado “colgarse” de la molestia social, buscando presentarse como “la” alternativa capaz de representar y canalizar las exigencias y reivindicaciones de un colectivo que ha aprendido a desconfiar y que tiene como principal fortaleza que no está estructurado.

Ante esto, sólo cabe decir que la clase política no ha despertado, por lo que se hace necesario que las personas no decaigan en su justa y necesaria reivindicación.