Por Juan Pablo del Campo Merlet, académico carrera de Derecho Universidad Santo Tomás sede Puerto Montt

En estos días convulsionados producto del proceso constituyente, sumado a la incertidumbre económica y creciente polarización política, valga la pena recordar aquel hombre modesto, maestro de generaciones, consejero de poderosas figuras públicas y fundador de importantes instituciones culturales. Hablamos de Andrés Bello.

Nació en Caracas el año 1781 y pocos saben que enseñó literatura y geografía a Simón Bolívar y participó de excursiones con el científico alemán Alejandro von Humboldt. Tras la independencia fue enviado a Inglaterra como miembro de la misión diplomática venezolana y permaneció en dicho país veinte años, período importante para su desarrollo intelectual y político.

Tras algunas penurias económicas y frustraciones laborales, distanciado de Bolívar, llega a Chile en 1829, donde participó de la preparación de la Constitución de 1833 (la que más tiempo ha regido en nuestro país), fundó la Universidad de Chile en 1842, fue el principal redactor del Código Civil (aprobado en 1855, y de enorme influencia en Latinoamérica), entre otras múltiples y fecundas obras; colaborando para que Chile se transforme en un modelo de estabilidad y prosperidad.

Para comprender su carácter, se debe recordar que, si bien creció en plena época de la Colonia, supo luego ser un puente entre tradiciones españolas y latinoamericanas, uniendo lo neoclásico y lo romántico, lo científico y lo literario, lo religioso y lo laico; logrando así fortalecer los lazos con Europa, con el propósito de construir un nuevo orden político y consolidar los nacientes Estados.

En un continente que luchaba por construir estructuras sociales y políticas viables, tras el caos e incertidumbre luego del colapso del imperio español, Bello defendió una visión de paz y orden en base a tres esferas: orden del pensamiento, por medio del idioma, filosofía y literatura; orden nacional, por vía del derecho civil, educación e historia; y orden internacional, mediante la consolidación de las repúblicas y su participación en la comunidad de las naciones.

Mientras otros fracasaban con experimentos políticos o empleo injustificado de la fuerza, Bello supo construir una república con fundamentos sólidos, empeñado en una tarea profunda pero exitosa: construir un orden basado en el respeto e imperio de la ley y en la unidad cultural fomentada por la educación. En suma, comprendió que Chile no nació en 1810, y no podía por ello desconocer tradiciones, culturas y valores impregnados en la sociedad. Qué bien nos haría ahora hacer carne dichos postulados de Andrés Bello, pues sólo de modo tranquilo y respetuoso podremos seguir forjando y fortaleciendo la república.

¡Viva Andrés Bello!