Maciel Campos Director (I) Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas
Hace exactamente un año, Elon Musk en Saturday Night Live afirmó: «A cualquiera que haya ofendido, solo quiero decirle que reinventé los autos eléctricos y enviaré personas a Marte en un cohete… ¿Acaso pensaron que sería un tipo tranquilo y normal?».
Con U$44.000.000.000 ofertados y sin la solicitud de los accionistas, el hombre detrás de Tesla y SpaceX ahora integra a su cartera, y como es costumbre de todo magnate, un medio de comunicación, y en este caso, el más poderoso del mundo digital.
Musk, el hombre que distingue entre educación y escolaridad (valora la primera y denuesta la segunda), se ha encargado de repetir hasta el hartazgo su esperanza de que incluso quienes son sus peores enemigos permanezcan en Twitter, ya que según él “eso es lo que significa la libertad de expresión”.
Pero nada en estos escenarios comunicacionales tan volátiles, es un absoluto. El problema: intentar definir este concepto, sus efectos y límites, y zanjar de una buena vez, si Twitter, además, es la mejor plataforma para precisamente tener “esa libertad” que tanto defiende el biillonario. Por la naturaleza y condiciones especiales de esta red social se hace complejo el asunto, porque a todas luces no es, ni puede ser, el mejor y único sitio para debatir ideas. ¿Será entonces, en el futuro, un lugar a lo menos algo más amigable?… prematuro saberlo cuando este es un pan que aún exuda vapores del horno.
Más interesante resulta ser el propio Elon, quien según la crítica y profesora de Harvard Jill Lepore, ha declarado acerca de él: “Se ve a sí mismo como un superhéroe, un líder planetario en el nuevo panorama del capitalismo especulativo de las startups y las plataformas”. De hecho, Musk no ha escondido su fascinación por la ciencia ficción y por supuesto por el mismísimo Iron Man.
Resulta extraño, por cierto, que uno de los hombres más poderosos del mundo cultive un perfil tan expuesto, activo y determinante en la sociedad. Seguidores y detractores se pelean encarnizadamente por él y su figura ya alcanza los ribetes de esos escasos personaje que con una sola opinión afectan economías, políticas, y en su caso, tecnología y comunicación.
Hace algunos años muchos se preguntaban quién ocuparía el lugar de influencia mundial que Steve Jobs ostentó a lo menos durante dos décadas, hoy Musk se levanta con su extravagancia como el único hombre capaz de doblegar cierta hegemonía en los discursos de los súper ricos (Gates, Buffett, Bezos). Con Twitter entonces al centro de su portafolio, Musk incrusta una nueva gema en su puño súper poderoso, y eso ya lo quisiera cualquier personaje de Marvel, incluido el propio Tony Stark. Esperemos no haga tronar sus dedos con demasiado entusiasmo.