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Por Ingrid Boerr Directora (i) Escuela de Educación Parvularia Universidad de Las Américas

Entre las estadísticas que aparecen a propósito de las postulaciones a la universidad, la noticia que preocupa es la disminución de los interesados en estudiar pedagogías.

Aparecen diversas interpretaciones y explicaciones para este fenómeno que no es solo de este año, viene ocurriendo hace tiempo.

Lo primero es decir que las remuneraciones no son atractivas, pero lo cierto es que, desde el año 2016, con la Ley 20.903, los sueldos de los profesores han experimentado aumentos considerables, independiente de su especialidad y nivel. Por tanto, esta no sería la explicación.

Otro análisis, un poco más profundo, indica que la profesión ha perdido su prestigio y reconocimiento social. Este argumento permite explicar, en parte, por qué los jóvenes hoy no se sienten atraídos por la pedagogía como opción de vida.

En definitiva, no es una sola causa, sino variadas y todas relacionadas entre sí las que explican este fenómeno.

Durante siglos los profesores fueron los poseedores del saber, encargados de traspasarlo a las nuevas generaciones. Sin embargo, hace décadas que eso ya no funciona: no podemos aprender de memoria contenidos atrapados en libros para reproducirlos, año tras año, a los estudiantes de nuestras aulas.

Por siglos también, la escuela fue un lugar para las élites, de características y necesidades similares, y los profesores formaban a una generación tras otra, de la misma manera. Así, la organización de la escuela no necesitaba modificarse y la formación de los profesores tampoco.

Hoy son otros tiempos.

El conocimiento está en todas partes, de múltiples formas y se puede acceder a él por diferentes medios.

La escuela no es ese lugar donde todos son iguales, y en buena hora. A la enseñanza pueden acceder todos; por tanto, la diversidad es enorme, las necesidades múltiples y las características de las y los estudiantes infinitas.

Pero, ni el sistema educativo, ni la organización escolar, ni la formación de profesores se ha adaptado para estar a la altura de los tiempos. Y los jóvenes han vivido este desfase en su propia experiencia escolar. Han seguido participando en procesos formativos que los homologan, sin considerar lo que saben y sin prepararlos tampoco para el mundo que viene.

La pandemia, además, puso su nota más dramática al sistema escolar, poniendo a prueba para qué y cómo aprender.

Es el momento del giro definitivo, de repensar y redefinir la escuela; no más encerrada en el aula, ni en organizaciones rígidas, sino vinculada con la realidad y abierta al mundo.

Es imperativo redefinir la formación docente, para que las experiencias de los escolares permitan que los jóvenes vuelvan a elegir la pedagogía.