Según los datos entregados por la OCDE, Chile fue el país perteneciente a la organización que mayor tiempo tuvo cerrados los colegios. Según el informe “Panorama de la educación 2022”, 259 días lectivos fueron el total de días donde estudiantes no desarrollaron sus actividades con la normalidad habitual.

Esto, desde un punto de vista pedagógico, es un retroceso y desequilibrio a los niveles de desarrollo en el plano emocional, social y académico. Considerando este escenario es preciso decir que en Chile cometimos un error que hoy nos pasa la cuenta. Y es que pensamos, de manera poco acertada, por cierto, que con entregar orientaciones para enfrentar un retorno presencial concentrado en la contención emocional bastaría. Dentro de las orientaciones y focos establecidos por las entidades ministeriales, las carencias de habilidades parentales durante la pandemia y los agudos problemas emocionales de niños, niñas y adolescentes no fueron considerados como foco de atención o incluso como eje central en materia de investigación. Así, frente a la ausencia de enseñanzas basadas en el autodescubrimiento y la gestión de emociones, hoy la gran capacidad de comunicación de esta generación es justamente la violencia.

En términos sociológicos e incluso psicológicos, distintos autores han intentado otorgar una respuesta certera al fenómeno descrito. No obstante, desde un punto de vista práctico y basado en una realidad territorial, hoy las respuestas deben concentrarse en gran parte desde la experiencia adquirida una vez inserto en un sistema cada vez más hostil. Finalmente, las capacitaciones a los equipos de convivencia escolar siguen sostenidas por teorías diversas y con poca capacidad para entregar herramientas tangibles que permitan trabajar de manera preventiva.

Entonces ¿Qué podemos hacer ante este fenómeno?

Transformar las directrices curriculares hacia una mirada integral de las emociones. Hoy, poco existe de aprendizajes consolidados. Muy poco se sabe de historia, artes o educación física. Por ello, centrar rutinas de aula que focalizan los primeros minutos en instancias de diálogos reflexivos es fundamental antes de los procesos más formales y convencionales. Por otro lado, entregar mayores recursos y liderazgo a los equipos de convivencia escolar, quienes hoy tienen un rol protagónico dentro de la institución educativa. Finalmente, diseñar de manera transversal didácticas que faciliten la adquisición de pensamiento crítico. Fomentar esta capacidad en los y las estudiantes es una práctica que hoy se encuentra descendida y poco visible a la hora de planificar las proyecciones en los equipos académicos. Y es que razonar, por medio del análisis y la evaluación de nuestros propios argumentos, implica potenciar aquellas capacidades que hoy la sociedad pide a gritos: empatía, respeto y solidaridad.