MUJERES EN CARNE VIVA***

                                           En homenaje de las nuestras.  MARLENE BOHLE, 2022

#elcalbucano

Nuevamente, es 08 de Marzo. Los medios escritos, la radio, la Tv, las redes sociales hablarán de las mujeres en estos días. Las entrevistarán, alabarán sus emprendimientos, sus logros, su capacidad de resiliencia, sus múltiples luchas para arrancar de la pobreza a su prole.  Hablar hoy de las mujeres, es muy diferente de lo que puede decirse de las que estuvieron decenios atrás, centurias atrás. Distinta es la situación si se comenta de una mujer citadina o rural, de buena situación económica o carente de bienes.  Sin embargo, todas son mujeres y por ellas pretendo trazar un par de líneas.

Sí, de ellas; las invisibilizadas por los siglos de los siglos. A excepción de algunos pueblos como los celtas, vikingos y en alguna medida en Egipto y Mesopotamia, las mujeres eran usadas sólo para tener descendencia y avalar la hombría de príncipes y plebeyos.  Entregadas desde la primera menstruación a hombres mayores, los que disponían de ellas como de un mueble o una hectárea de tierra.   Mujeres; sí mujeres. Las que guardaban muy adentro la tristeza y la vergüenza de los trapos manchados de rojo, exhibidos como trofeos de guerra, frente a otros invisibilizadores.   Ellas, las que abrían la panza de la tierra y desperdigaban sus sueños y su cansancio en cada melga, mientras el macho gastaba la vida haciendo armas para una guerra que sólo existía en su cabeza afiebrada.

Las innombradas, las que curaban la fiebre o paraban una hemorragia con hierbas, cortezas y musgos. Las que atendían partos, cuidaban del hogar, los hijos, los viejos y los enfermos. Las que parían y se hacían preñadas en el mismo año.  Las que horneaban el barro y esmaltaron cerámica. Aquella que trabajó 20 horas en la fábrica o la que sirvió a patrones que la violentaban y no tan sólo con un salario de migajas.  Las que se atrevieron a alzar la voz y pedir mejor salario y fueron pasadas a bala o quemadas sin miramiento.  Las que quisieron ir a la escuela superior y fueron encerradas en un convento.

Las que se rebelaron contra esposos que las golpeaban y fueron declaradas interdictas.  Las que han cubierto desde siempre su cabeza, para salvaguardar la decencia y el recato, según le enseñaron sus propias madres. Las que se urgían porque el amasijo recién estaba leudando y no había pan cocido, como le gustaba al hombre de la casa y a los hijos de la casa.  La que siempre ha tenido miedo de equivocarse en las cosas cotidianas; la que lucha por ser perfecta y poner un florero sobre la mesa sin verter una gota o evitar colmar en demasía una taza de café; crear una doble línea planchando el pantalón del terno o no saber doblar una camisa.

Aquella que tiene miedo de los gritos, que le asustan algunos pasos, que tiene miedo de que se arrime la noche, porque es cuando la abusan de pies a cabeza.  La que no se atreve a vestir una falda ceñida a las caderas, la que no puede soltarse el pelo ni reír más allá de la sonrisa. La que no conoce el mundo, ni siquiera la ciudad de más al norte. La que supo siempre que quedaría para atender la vejez de sus padres, porque había nacido la última de la camada.

A todas y a cada una de ellas, habría que escribirle un libro; porque cada una de ellas es un universo. Un universo donde podía ser nombrado todo lo que existía, menos ella, porque siendo ínfima, no merecía ser llamada de alguna manera. Estas mujeres que no aparecen en la historia por este afán sistemático de invisibilizarlas. En el mundo griego (al que tanto admiramos) el filósofo Aristóteles – de tremenda influencia no sólo en sus espacios sino en el mundo europeo medieval) decía que una mujer era sólo un hombre incompleto. ¿Qué decir, después de esto? Sólo la poesía viene para salvarnos…

 

*** MUJERES EN CARNE VIVA, título de mi próximo libro