Por Juan Ignacio Guldman, Gerente de Operaciones Völmark

En mayo de este año Chile nuevamente destacó a nivel global, pero lamentablemente no fue por algo positivo. Diversos medios alertaron que nuestro país se convirtió en el primero de Latinoamérica en alcanzar el sobregiro ecológico 2021, lo cual se traduce en que durante los primeros 173 días del año, agotamos los elementos naturales capaces de renovarse y absorber la contaminación generada por las actividades humanas. En otras palabras: la comida, el agua, la madera, por mencionar algunos, que consumamos el resto de los meses estará fuera de nuestro presupuesto natural.

Malas noticias, sin duda, más aún considerando que es el segundo año consecutivo que nos ubicamos en esta desfavorable posición. Ante esto la pregunta es, ¿qué estamos haciendo, o más bien qué no estamos haciendo, como ciudadanos? Distintas encuestas han arrojado que a los chilenos nos preocupa llevar una vida más consciente, que sabemos lo grave que es la crisis climática e incluso que estamos dispuestos a pagar más por un producto fabricado con estándares ecológicos. Sin embargo, a la hora de los resultados vemos que las cosas no mejoran.

Al parecer, sigue presente en nosotros la idea de esperar grandes políticas públicas, reglas o imposiciones que impulsen nuevas y mejores conductas.  Cuando en lugar de eso sería tanto más fácil que todos hiciéramos cambios, aunque sean pequeños, en nuestra vida cotidiana para hacer realidad la tan mencionada frase “cuidemos el planeta”. Si bien no lo es todo, atendiendo a la industria en que nosotros nos desenvolvemos, quisiera reforzar que la forma de movilizarnos juega un rol clave. Es que si de contaminación se trata, el transporte ha sido uno de los grandes responsables. Sólo en Chile los automóviles y buses emiten  anualmente en Santiago 48.400 toneladas de contaminantes, siendo el 90% proveniente de autos particulares. Frente a esto, cambiar hacia alternativas de movilización más limpias y sustentables es una prioridad si queremos generar acción ante la crisis climática.

 

El acto de dejar atrás el auto o la micro y tomar una bicicleta eléctrica puede ser un buen primer paso. De hecho, un reciente estudio realizado en la Universidad de Leeds en UK, concluyó que si la bicicleta eléctrica se utiliza para sustituir al auto, en Inglaterra se podría llegar a reducir las emisiones de CO2 hasta en 30 millones de toneladas al año, lo que equivale a la mitad de lo que emiten los automóviles actualmente. En otras palabras, todos los que eligieran bajarse del automóvil y tomar una e bike para sus desplazamientos, podrían ahorrar individualmente 0,7 toneladas de CO2 al año.

 

Hasta hace algunos años estos modelos eran privilegio de unos pocos. Hoy si bien siguen teniendo un precio elevado, el mercado ha respondido con una amplia variedad de opciones, de distintos valores y funcionalidades. Esto, abre las puertas para que cada vez personas tomen este camino, impactando positivamente el entorno, además de su propia salud y economía. Han leído bien, porque no debemos olvidar que las bicicletas eléctricas tienen un costo de mantención muy inferior al de un auto, lo cual por estos días es también un factor a considerar.

 

Dicho esto, y en vista de la figuración de Chile como los países con mal desempeño medioambiental, todos debemos hacernos responsables. Y más allá de preocuparnos, ocuparnos. Una buena idea es romper el paradigma y comenzar a ver la bicicleta eléctrica como una vía real, como mucho más que una entretención o deporte, como una forma de vivir más respetuosa con la sociedad y el planeta.