Juan Carlos Alvial

Académico del Instituto de Filosofía

Universidad San Sebastián Sede De la Patagonia

En la historia de la humanidad contamos con notables maestros y discípulos que nos han enseñado que educar requiere estar en contacto directo entre ambas partes. Tenemos ejemplos de grandes maestros y magníficos discípulos, como Jesús y sus apóstoles, Platón y Aristóteles o Germain Louis y Albert Camus.

La historia del discipulado se ha visto marcado por altos y bajos, algunos superando al formador, mientras que otros se distancian de sus lineamientos oficiales, guardando en variadas ocasiones un cariño especial por quienes los guiaron. Hoy, el transcurso de la historia no ha dicho otra cosa, seguimos forjando la relación maestro-discípulo, aunque por medios diferentes, ya no es cara a cara ni estableciendo un diálogo directo, sino por video llamadas, foros y otros medios creativos que se puedan implementar.

En este camino bidireccional, que desarrolla el enseñante y el aprendiz, usualmente se resalta la figura del primero, sin embargo ¿en qué momento agradecemos a nuestros estudiantes? ¿cuánto nos enseñan sin darnos cuenta? Considero un tiempo apropiado para hacerlo.

Ante todo, gracias por abrirnos las puertas de sus hogares, por irrumpir el más preciado tesoro que puede tener una persona como es la vida familiar y escucharnos, a veces, con su núcleo vital, sabiendo que no siempre nuestras lecciones son las mejores preparadas o interactivas.

Gracias, también, por ayudarnos en los diversos problemas que se generan en el transcurso de las clases con los aparatos tecnológicos o softwares, guiándonos, acompañándonos, más aún teniéndonos paciencia cuando se nos “cae” el internet para poder seguir adelante.

Infinitos agradecimientos por la participación en las sesiones, aunque no los vemos, muchas veces se esmeran por compartir sus saberes y no transformar en un monólogo las diversas asignaturas que desarrollamos.

Es imposible obviar sus historias de sacrificio y resiliencia, demostrándonos que han debido adaptar sus casas para seguir nuestras clases, ocupar espacios destinados a la vida familiar o compartir sus computadores con sus hermanos para poder seguir con su proceso formativo.

No podemos dejar de agradecerles, quienes nos dedicamos a la docencia, porque nos han ayudado a cultivar diversas virtudes, entre ellas la confianza en ustedes, el trabajo bien hecho, la fortaleza y la perseverancia, porque educar no se trata solo de repetir contenidos, nuestra misión es formar, “educar con el corazón”, escuchar, corregir y dialogar cuantas veces sea necesario.

Finalmente, no quisiera dejar pasar estas líneas sin pedir disculpas porque no siempre hemos estado a la altura de lo que implica educar de forma on line, nos hemos equivocado en juicios y decisiones, pero tengo la certeza que aún tenemos tiempo para rectificar y seguir forjando esta milenaria tradición entre discípulos y maestros.

Queridos estudiantes, ya nos veremos en las salas de clases, no puedo prometer cuándo, pero no me cabe duda de que todos quienes nos dedicamos a la educación queremos pisar nuestras aulas y seguir cultivando una verdadera formación integral que los haga expertos en humanidad y excelentes profesionales.