Carlos Delgado Álvarez

Director MZS Agencia de Calidad de la Educación

¿Es factible aspirar a tener una “educación personalizada” que aborde con precisión las características personales de los estudiantes, por ejemplo, la asignación de determinados profesores, textos, materiales de estudio, metodologías, actividades y evaluaciones apropiadas que surgen de las necesidades de los estudiantes?

Las reformas curriculares se han centrado en identificar y caracterizar lo que deben saber y hacer los estudiantes al finalizar una etapa escolar. Para ello, los nuevos marcos curriculares han planteado dos tipos de estándares: (a) de contenido, cuyo propósito ha sido clarificar aquellos conocimientos, habilidades y disposiciones que los estudiantes deben conocer y ser capaces de poner en uso al finalizar un ciclo escolar, y (b) de desempeño, que permiten observar, describir y evaluar los niveles de progresión de los estudiantes en el alcance de sus aprendizajes.

Por otro lado, también tenemos el Marco para la Buena Enseñanza: conjunto de parámetros que garantiza el óptimo ejercicio de la profesión docente, que reconoce la complejidad de los procesos de enseñanza aprendizaje y los variados contextos culturales en que éstos ocurren, que busca representar todas las responsabilidades de un profesor en el desarrollo de su trabajo diario. Pero también pretende ser un instrumento que contribuye al mejoramiento de la enseñanza, constituirse en un marco socialmente compartido que permita a los docentes mirarse a sí mismos, evaluar su desempeño y potenciar su desarrollo profesional y, para ello, cuenta con criterios diseñados para mostrar los elementos específicos en los que debe centrarse un profesor.

Sin embargo, en educación, lo anterior no es suficiente para lograr que cada estudiante logre lo que se espera de él de manera oportuna. ¿Dónde está la dificultad? A nuestro parecer, los procesos educativos requieren cambios de enfoque que permitan lo que la investigación sobre la eficacia escolar viene señalando hace tiempo: que el desempeño de los docentes en el aula es crucial para promover el aprendizaje entre los estudiantes. Por lo mismo, se ha establecido que la complejidad de la tarea de los profesores requiere medidas compuestas de eficacia docente que no se basen solo en un indicador, pues mientras que unos serían más eficaces para mejorar el aprendizaje de los estudiantes menos aventajados, otros lo serían con alumnos aventajados o que están en el promedio del nivel de logro académico. Es decir, la eficacia docente puede medirse a través del desempeño en las aulas, pero es necesario tomar en consideración la multidimensionalidad de la tarea de enseñanza y la dificultad que encarna medirla, y posteriormente relacionarla con el aprendizaje.

La investigación educativa debe transitar a una nueva generación de estudios que exploren con precisión la práctica docente y su relación con el logro de los estudiantes, de modo que nos lleve a comprender “la caja negra” del aula; nos proponga el diseño de las prácticas docentes más eficaces para promover mayores niveles de aprendizaje, en consideración a las características de la diversidad de estudiantes que componen una sala de clases; nos oriente respecto de las necesidades de formación de cada docente, y de apoyo para la mejora de cada escuela. Fortalecer esta nueva educación implica apoyarnos en los aportes de la sicología, la neurociencia, la antropología pedagógica, la sicopedagogía, la didáctica, la deontología y la sociología de la educación, entre otras. Aspirar a un salto en calidad educativa implica cambios de paradigma que debemos atrevernos a asumir.