NIKSA COTTENIE SOTO

Directora  Carrera de Psicología

Universidad San Sebastián

La vida ha cambiado y el ser madre actualmente no implica el mismo rol que desempeñaron nuestras abuelas y madres; ciertamente la sociedad se ha modernizado y complejizado. Criamos a nuestros hijos con un grado de incertidumbre mucho mayor, sin tener claridad de cómo será el mundo en que ellos vivirán, qué habilidades necesitarán, qué tenemos que hacer para promover su salud mental y adaptación a las exigencias del medio. Tenemos mucha información que nos habla de quiebres, traumas, daños que queremos evitar, pero ciertamente a pesar del acceso al conocimiento, “otra cosa es con guitarra”. El desafío de la maternidad es permanente, y apenas aprendemos una lección, vienen otras más complejas. La sabiduría y el cariño en el día a día, son ingredientes que nos apoyan, así como la disposición a aprender las mismas lecciones que nuestros hijos nos enseñan.

Cada día hay más evidencia, que nos muestra que el reguardo de las variables emocionales, son claves en la crianza de nuestros hijos; es por ello, que buscamos llenar sus espacios de tiempo con experiencias positivas y de disfrute, de modo que sean “más felices”. Enfocamos nuestra energía, tiempo y recursos para alejar episodios de experiencias que consideramos negativas, tristes o frustrantes, de modo que todo les sea más fácil. No queremos que ellos vivencien angustias, penas y fracasos, que no tengan que pasar por las cosas que nosotros pasamos… Pero en este trayecto, no nos hemos percatado, de que no los estamos empoderando, dotando de herramientas para ser autónomos al resolver las dificultades y desafíos que su ciclo vital les demanda. Ciertamente, si permitimos que poco a poco se hagan cargo de sus dificultades y problemas, favorecemos gradualmente que sus potenciales evolucionen para enfrentar hazañas mayores que les impondrá la vida de adultos. Tenemos que aprender que, en este afán de protegerlos, no podemos bloquear el entregar recursos para tolerar la frustración, sobreponerse a las pérdidas, manejar los conflictos, tomar decisiones complejas, y finalmente, transitar por el camino que la vida nos muestra.

El desafío de la madre de hoy, más allá del cariño, la contención, la satisfacción de necesidades y cuidados, se orientan a tener la habilidad de anticipar escenarios de vida, para los cuales formar emocional, valórica y socialmente; enseñando que nada está dado y que nada es definitivo, que el camino de la vida es una construcción, en el que debe ajustar el paso respetando sus ritmos internos, generando redes que le sirvan de soporte y compañía en el trayecto. En este tiempo, podríamos decir que el regalo más grande de una madre es su presencia incondicional, el que un hijo sin importar su edad, puede sentir que tiene un puerto seguro al cual regresar y en el cual atracar para soportar la tormenta, para poder nuevamente cargarse de fuerzas, abriéndose paso hacia nuevos horizontes.